El Covid-19 estremeció muchos aspectos de la vida, desde los modelos económicos y políticos hasta las líneas fronterizas. En medio de la súbita cuarentena decretada, también hubo ejemplos claros de la necesidad de repensar conceptos como la nacionalidad, la globalidad y la humanidad
Por: Rekha Chandiramani
La pandemia agarró a miles de personas de todo el mundo fuera de sus fronteras. Cuando la Organización Mundial de la Salud declaró la epidemia del Covid-19 (enfermedad que causa el virus SARS-Cov2) como una pandemia el pasado 11 de marzo, miles de personas estaban en alta mar o sin documentos en otro país. Con el cierre de fronteras —aeropuertos y puertos– en varios países como medida de protección sanitaria, miles de personas pasaron de ser ciudadanos del mundo a ser apátridas en tan solo unas horas.
La idea de una ciudadanía del mundo se origina en el concepto del cosmopolitismo nacida en la antigua Grecia, según el profesor y filósofo, Samuel Prado Franco, quien explica que en esa época, Grecia era una ciudad-estado con un territorio geográfico bastante limitado, pero con el surgimiento de los grandes imperios, esas ciudades-estados desaparecieron y empezaron a aparecer las naciones, identificándose como territorios delimitados por fronteras. Y añade que la idea del cosmopolitismo se siguió manteniendo «con el ideal de ver a los seres humanos como sujetos de derechos independientemente de su lugar de nacimiento, religión, idea política o raza».
Apátrida en cambio, según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, es aquel que se ve privado de una nacionalidad, y que por ese motivo no se le permite ir al colegio, al médico, conseguir trabajo, abrir una cuenta bancaria e incluso contraer matrimonio, o sea que no pueden ejercer sus derechos humanos fundamentales.
Cuando las manecillas del reloj empezaron a marcar el inicio del confinamiento por el nuevo coronavirus en casi todos los países, el color del pasaporte y la nacionalidad se volvieron un arma de doble filo. Suerte para unos y desgracia para otros.
Si hay un medio de transporte que recoge la esencia del mundo globalizado es justamente un barco. Este puede fabricarse en Europa por lo de la marca, abanderarse en Panamá por las bajas tasas, contratar personal de cualquier país y establecer una oficina central en Bahamas, por lo del beneficio fiscal. Pero para los que embarcan, las nacionalidades siguen teniendo peso porque cada persona que aborda un crucero debe tener visa para desembarcar en cada punto en el cual atraque el barco. De lo contrario no puede bajar. En condiciones normales, esa persona pasaría el día en el barco comiendo y tomando cocteles aguados hasta que regresen los que se bajaron y sigan el recorrido.
Pero con el covid-19, muchos barcos no pudieron llegar a puerto, o llegaron muy tarde. Los países cerraron fronteras, puertos y aeropuertos, dejando a miles de pasajeros varados en sus aguas. Incluso algunas navieras llegaron a apelar a la humanidad de los países para permitirles atracar en los puertos y poder atender médicamente a pasajeros al borde de la muerte. Los tripulantes, en cambio, tuvieron que permanecer en el barco en cuarentenas que duraron más de cuarenta días. Sus pasaportes dicen Filipinas, India, Singapur, Malasia, comúnmente.
Unos 38 cruceros estaban navegando en todo el mundo cuando la OMS declaró la pandemia, según datos extraídos de CruiseMapper. En menos de dos meses, se infectaron al menos 2,919 personas y murieron otras 50 a bordo, entre cruceristas y tripulantes, de acuerdo a cifras del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).
¿Actuaron las navieras a tiempo? Según una agente de viajes panameña que vende cruceros desde hace 20 años, las navieras se demoraron mucho en cancelar los viajes… “al principio no sabían ni qué hacer (…) mandaban un comunicado, después otro”. Los reportes de casos a la CDC se remontan a febrero, pero no fue hasta la semana del 11 de marzo que las navieras empezaron a cancelar sus salidas.
Cuando los países cerraron sus fronteras y sus puertos, 38 cruceros estaban en alta mar con 90,000 pasajeros abordo de acuerdo con la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros. Uno de ellos era el Zaandam, de la naviera Holland America, que tras días de navegar sin rumbo y después de la muerte de cuatro personas con Covid-19 y decenas de infectados a bordo, llegó a un puerto de Florida. A bordo iba Dante Leguizamón, un periodista argentino que acompañaba a un amigo tripulante. Pero ese día, contrario al desenlace del viaje de los pasajeros que desembarcaron en Florida, para él y una decena de personas que no pudo desembarcar, empezó otro capítulo aterrador del mismo viaje.
Dante es un periodista argentino que abordó el crucero Zaandam, de la naviera Holland America el pasado 8 de marzo, invitado por un amigo que trabaja en el barco como músico. El barco zarpó de Buenos Aires, recorrió islas Malvinas y Uruguay. El viaje de Leguizamón terminaba en el puerto de San Antonio 14 días después. Pero no fue así. La aventura dio un giro de 180 grados cuando la declaración del Covid-19 como pandemia los agarró en el mar.
El viaje
El 8 de marzo Dante abordó en Buenos Aires el crucero Zaandam, propiedad de la compañía Holland America, filial de Carnival Corporation. La región empezó a reportar los primeros casos del nuevo coronavirus a principios de marzo. En la fecha en que el barco zarpó, el Gobierno argentino contabilizaba 12 casos de Covid-19 en todo el país.
El itinerario del Zaandam incluía escalas en Uruguay, islas Malvinas (puerto Stanley) y otros puertos cercanos. La embarcación terminaría la primera parte de su recorrido el 21 de marzo en el puerto chileno de San Antonio. Allí se bajarían los pasajeros que regresaban a Argentina o bien los que se quedaban en Chile u otro país del sur, y embarcarían los pasajeros que seguirían la segunda parte del viaje: una travesía de 20 días en total, pasando por el Canal de Panamá y culminando en Fort Lauderdale el 7 de abril.
El 14 de marzo el barco llegó a Punta Arenas, Chile. Según el blog de la naviera, fue la última vez que los pasajeros se bajaron del barco. Al día siguiente, el 15 de marzo, no pudieron atracar en el siguiente puerto, el de San Antonio, también en Chile. “Desde ese día, todos los puertos nos negaron el desembarco”, escribía la naviera.
A partir de ese día emprendieron un viaje fantasma. Varados en las costas de Valparaíso, esperaban “confirmar” la reserva para transitar por el Canal de Panamá y llegar a Fort Lauderdale. El 21 de marzo el barco salió de Valparaíso hacia el norte con rumbo desconocido, porque el tránsito por el Canal estaba ahora ‘en veremos’ ante el cierre de puertos panameños y la restricción de cruzar. Un día después, al menos oficialmente, el barco informó que 13 pasajeros y 29 tripulantes se habían reportado con “síntomas de influenza”.
Dante no tuvo más remedio que continuar la travesía hacia el norte. El barco ya iba en dirección a las costas panameñas del Pacífico. Otro buque de la misma naviera, el Rotterdam, salió de México el 22 de marzo con equipo médico y pruebas para detectar Covid-19 y se encontró con el Zaandam el 26 de marzo en la noche, según la bitácora de Holland America.
En la costa panameña –mientras esperaban la autorización para cruzar el Canal de Panamá– los pasajeros no enfermos fueron trasladados del Zaandam al Rotterdam, otro crucero de la misma naviera que llegó a auxiliarlo en una operación que tuvo lugar el 27 de marzo.
El administrador del Canal de Panamá, Ricaurte Vásquez, a través de una videoconferencia actualizó la información sobre la situación de la vía acuática en medio de la pandemia. Era el viernes 27 de marzo y sobre el Zaandam -que ya reportaba enfermos- reiteró que no había cruzado el Canal por la restricción del Ministerio de Salud panameño, al que aconsejó «al menos permitirle el desembarco para que los pasajeros pudiesen regresar por avión a sus países”. Unas horas después, la naviera anunciaba en su blog la muerte de cuatro personas a bordo del Zaandam por Covid-19, sin determinar la fecha de cada deceso.
El Ministerio de Salud en su comunicación oficial del 28 de marzo, dijo que tras haber sido actualizados de la situación en el barco «reevaluaron» la medida para brindar una “ayuda humanitaria que les permita continuar hasta su destino”, pero aclarando que ningún pasajero ni miembro de la tripulación podía desembarcar en suelo panameño.
Así, el tránsito por el Canal empezó el domingo 29 y culminó el 30 de marzo. La naviera y el Gobierno estadounidense agradecieron el gesto humanitario a Panamá, al tiempo que proclamaban como héroes a los pilotos que asistieron dichos tránsitos. Pero los tres días que permaneció anclado el barco en la costa panameña esperando el paso por el Canal es un episodio digno de recapitular por el país, tanto como signatario del convenio SAR de la Organización Marítima Internacional, como por ser parte de la Convención Americana de Derechos Humanos.
Y es que son varios los tratados internacionales que dan legalidad al rescate humanitario de personas en peligro transfronterizo. En el caso de los mares, específicamente, están:
- Convenio de las Naciones Unidas sobre el derecho del mar (1982),
- Convenio Internacional para la seguridad de la vida humana en el mar (1974)
- Convenio Internacional sobre búsqueda y salvamento marítimo (1979). Todos los tratados están enmarcados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que eleva la ayuda humanitaria de opción a compromiso entre las partes o los países firmantes.
Una vez cruzado el Canal de Panamá y con cuatro cadáveres a bordo, los dos cruceros volvieron a la incertidumbre cuando el alcalde de Fort Lauderdale, Dean Trantali, dijo que no podrían atracar.
Ese 30 de marzo, el periodista argentino se dirigía a un país para el que no tiene visa de entrada. El mismo día el presidente de la naviera, Orland Ashford, cuestiona en un mensaje a las naciones que estando enfocadas en combatir la crisis internamente, “le dieron la espalda a quienes estaban en el mar”. Criticó la negativa de los países en brindarles equipo médico, provisiones y atención a los pacientes más graves. Y que en tiempos de miedo extremo, como este que ha traído el virus Sars-COV2, ¿cómo actuamos de manera consistente con nuestra dignidad humana?, se preguntaba el ejecutivo.
Eventualmente pesaron más los casi 400 ciudadanos estadounidenses que estaban en los barcos y ambos atracaron en el puerto de Everglades. Entre el 2 y el 3 de abril desembarcaron unos 1,200 pasajeros que luego fueron repartidos entre clínicas, sus casas y el aeropuerto para tomar vuelos a sus países. En una carta pública, Leguizamón contó que una pareja de ancianos fue llevada hasta el aeropuerto, pero no pudieron viajar porque el esposo, por ser argentino, no podía hacerlo; pero ella, uruguaya, sí podía. Ambos fueron devueltos al barco junto con diez argentinos más, un boliviano, un croata y otra persona cuya nacionalidad no pudo identificar.
Se los llevaron de vuelta al barco diciéndoles que Argentina no los dejó viajar. Desde ese momento y por casi 30 días, estuvieron encerrados en el barco en sus cabinas en algún punto del Caribe. El periodista presentó un recurso de Habeas corpus a través de su familia ante los tribunales argentinos. Cuando escribió su testimonio en redes, no sabía exactamente dónde estaba, porque cuando el 9 de abril el barco levó anclas y salió del puerto de Everglades, lo hizo sin avisarles.
Eventualmente, después de 50 días en el mar -la travesía original duraba 14-, pudieron tomar un vuelo de Eastern Line para retornar a sus países. Al Leguizamón compartir su historia en redes sociales, recibió testimonios de muchos trabajadores de barcos que terminaron presos por negarse a atender enfermos de coronavirus sin la protección necesaria, de cuarentenas que sobrepasan los 14 días, de vuelos prometidos que no se concretaron, de enfermos que no se contaron y muertes que se reportaron días después de que ocurrieran.
«Las navieras no se preocupan por la tripulación. Son tratados cómo esclavos modernos»
Dante Leguizamón, periodista argentino que quedó varado en un crucero en medio de la pandemia.
El mundo volvió a los nacionalismos rancios con Trump, Johnson y Bolsonaro. Pero el individualismo nunca se fue. Ya lo sabía Teresa May, la exprimera ministra del Reino Unido, cuando en un discurso postBrexit de 2016 dijo lo siguiente: “si crees que eres ciudadano del mundo, entonces eres ciudadano de ninguna parte. No entiendes qué significa la ciudadanía”.
Crónica reeditada por la autora y publicada originalmente el 1 de mayo de 2020 en La Estrella de Panamá .