Jesús, no bajes a la tierra, quédate allá arriba,
todos los que han pensado como tú ya están boca arriba,
olvidados en algún cementerio; de equipaje sus ideales,
murieron con la sonrisa en los labios porque fueron verbo y no sustantivo.
Estrofa de la canción «Jesús es verbo no sustantivo», de Ricardo Arjona
Por: Rekha Chandiramani
Solo muere aquel que se olvida. Y la memoria del padre Jesús Héctor Gallego sigue presente en cada rincón de Santa Fe, en la provincia de Veraguas. No nació en Panamá pero dio su vida aquí –literalmente– por defender los ideales de la Iglesia Católica; pero no de esa que acumula donaciones y altares de oro en Roma, sino la de la acción misionera liberadora, la de la opción de los pobres que se realzó en la Conferencia de Medellín de 1968.
Con ese espíritu llegó Jesús Héctor Gallego desde Colombia a finales de los 60. Nacido en Salgar, Antioquia el 7 de enero de 1938, es ordenado como sacerdote en Medellín en julio de 1967 por el entonces Obispo de Veraguas, Monseñor Marcos Gregorio Mcgrath. Antes de eso, Gallego ya había hecho labor pastoral en Veraguas, una diócesis que cuando llegó, apenas nacía y que sólo tenía un puñado de sacerdotes para atender a cientos de feligreses. En enero de 1968 se convierte en el primer párroco de la Iglesia San Pedro Apóstol de Santa Fe.
Santa Fe es un pueblo incrustado en las montañas de Veraguas donde la única biblia vigente por esos años era la del cacicazgo. No había caminos…el ganado, en soltura. Los indígenas y campesinos eran sometidos por los terratenientes; obligados a trabajar largas jornadas diarias por cincuenta centavos. Tenían que bajar la cabeza, agacharse; y encima, por las tardes, comprar en tiendas los productos que ellos cosechaban por las mañanas.
Llegar a Santa Fe y ver retratos del sacerdote casi en cada esquina es recordar permanentemente su legado, pero también su desgracia. ¿Cómo una persona que inspiró tanto a los campesinos pudo haber sido asesinada con tanta brutalidad por el régimen militar?
Su cuerpo no aparece. La última vez que fue visto por los santafereños fue la medianoche del 9 de junio de 1971. Antes de eso le quemaron el rancho, lo amenazaron, lo acusaron de comunista, como acusaban a todo el que pensara diferente. El poder –como ahora– tenía de brazo ejecutor a los militares. Y como buenos ejecutores, los “condenados” en el juicio del Padre Gallego dijeron que no fueron ellos, que seguían órdenes. Que algún día hablarían. Los autores materiales fueron indultados al poco tiempo, mientras que los autores intelectuales del crimen quedaron arropados por la impunidad y el código de silencio, panes nuestros de cada día.
La del crimen fue una “investigación” de antología: los que lo cometieron fueron tratados como testigos, y los testigos como sospechosos. A los que pudieron haber dado la orden si acaso les preguntaron la hora: eran compadres del General Torrijos. Una vista fiscal llena de contradicciones. El entonces procurador, Olmedo Miranda, y el ministro de Gobierno y Justicia y futuro magistrado de la Corte, Juan Materno Vásquez, ambos funcionarios de la dictadura de Torrijos, se preocuparon más por blindar al régimen que por encontrar el cuerpo de Héctor.
El crimen prescribiría en junio de 1991, pero ese año la fiscalía especial que se formó para investigar otro atroz crimen de la dictadura –el de Hugo Spadafora– también rescató el expediente de Gallego con una nueva vista fiscal, lo que devino en juicio y en la eventual condena de Melbourne Walker, Eugenio Magallón (prófugo) y Nivaldo Madriñán.
Denis Ruiz, hermano de Saúl Ruiz y cuñado de Roberto Díaz Herrera, fue sobreseído junto con otros. Alvaro Vernaza –primo de Omar Torrijos– ya había fallecido por lo que la Fiscalía extinguió la acción penal: Pero en la vista fiscal no descartó que Vernaza “haya podido ser uno de los instigadores a distancia del hecho, dada la animosidad que existía hacia la víctima”. Todos terratenientes y adeptos al régimen militar.
Por otro lado, entrada la administración de Guillermo Endara, la fiscalía especial bajo el mando de Carlos Augusto Herrera, terminó desistiendo de pronunciarse siquiera sobre lo actuado por el ex procurador Olmedo Miranda durante las primeras «investigaciones» realizadas 20 años antes. Algo contradictorio después de haber listado en la vista fiscal posibles delitos en los que pudo haber incurrido Miranda, que iban desde corrupción de funcionarios públicos hasta omisión, pasando por abuso de autoridad y falso testimonio.
Pero corrían los años que inauguraban la llegada de la democracia a Panamá. La transición tenía que ser ordenada, sutil. No podía hacerse mucho ruido, no fuera a ser que la gente recordara quiénes habían sido cómplices de los dos dictadores, dificultando así el plan de reciclaje a la nueva vida civil de algunos políticos obedientes, o en el caso de Estados Unidos, su campaña por pintarse como nuestros salvadores ante la opinión pública y en los libros de historia escolares.
Pero el pasado regresó y tocó la puerta. Así, en 1999 aparecieron unos restos en el cuartel de los Pumas. Era un fosa clandestina que usaban los militares para enterrar a quienes no querían que encontraran, Podían ser los del Padre Gallego, según un «testigo protegido». Al final, identificaron los restos como los de Heliodoro Portugal, otra víctima de la dictadura. Y hace poco, por dudas en la cadena de custodia inicial de los restos, la fiscal Geomara Guerra pidió exhumarlos nuevamente para averiguar si entre ellos no estaban los del sacerdote.
La Iglesia Católica panameña acuerpó esa solicitud de exhumación y apertura del caso en el 2015. Un año después, el Papa Francisco anunciaba la realización de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Panamá. La Iglesia acarició la idea de canonizar a Gallego durante la JMJ y exaltar su legado. A muchos les hubiera gustado lo primero, pero para ello se necesitaban los restos.
Pero durante la JMJ no pasó ni lo uno ni lo otro. Las cartas que hicieron los campesinos no pasaron el filtro de las autoridades eclesiásticas locales y no llegaron al Papa. Los jóvenes de todo el mundo no escucharon ni una palabra sobre el trabajo de Gallego. Una iglesia tibia ante el legado de un mártir que dio todo por ella.
El trabajo de Héctor Gallego vive en cada testimonio que escuché en Santa Fe, en cada miembro de la cooperativa que entrevisté, y en cada lágrima que han derramado quienes lo conocieron desde que lo desapareció el G2 hace 50 años.
Y es que el legado de Jesús Héctor Gallego sigue vivo. Para él la fe era verbo, no sustantivo.
Jacinto, Pacífico, Serviliano, Margarita, Edwin y Eric, todos santafereños y campesinos que conocieron al padre Gallego, hoy tratan de transmitir su legado. Héctor, como le llamaban, les enseñó a pensar, a estudiar, a organizarse, a entender que todos somos iguales. Se despojaba de títulos ceremoniales y se arremangaba para ir a “montear” con los campesinos. Luego les daba misas que para él no eran misas sino “encuentros de comunidades campesinas”.
Los ojos de sus amigos lo dicen. Las lágrimas no se han secado. Las voces quebradas con cada recuerdo, especialmente los de aquella madrugada del 9 de junio: el último día en que lo vieron.
Héctor fue un mártir del pueblo. Y este especial multimedia fue posible gracias al aporte de organizaciones populares y comprometidas con su legado: Cooperativa de Servicios Múltiples La Esperanza de los Campesinos R.L., Asociación de Educadores Veragüenses (AEVE), Sindicato Únicos Nacional de Trabajadores de la Construcción y Similares (SUNTRACS), Unión Indígena Campesina (UIC) y Unión Campesina Panameña (UPC)
«Si desaparezco, no me busquen; sigan la lucha»
–Héctor Gallego
Excelente reportaje sobre Jesús Héctor Gallegos, un verdadero héroe del pueblo panameño.
Yo era un niño de apenas 8 años en aquella época, y oía hablar del padre , Gallego, considero que fue un verdadero discípulo de Cristo, que se preocupó por los más necesitados,trabajaba hombro a hombro con ellos, les dio su amistad, respeto y cariño, y los organizó. Su legado vivirá para siempre y lo recordaremos siempre como un gran sacerdote. Paz a su alma.
Es un documental extraordinario, para mantener viva la el entrega del padre Héctor Gallego, mártir que siguió los pasos de nuestro Señor Jesucristo.
El padre Héctor Gallego (QEPD) fue símbolo que todos los panameños debemos seguir por la lucha contra la desigualdad, violaciones de derecho, olvido de los gobiernos. Ejemplo y perseverancia que acabaron con su vida. Como Veragüense orgulloso de él y que sabemos que su legado seguirá vivo, como los que han perdido la vida por la causa justa.
Saludos y excelente trabajo, que deja al descubierto a todos los gobiernos que han sido cómplices de esto.
Es una pincelada muy bien escrita. Nada de lo que dice es falso. Acá siempre habrá Héctor Gallegos, porque no pararemos de caminar por los mismos caminos que nos dijo nuestra luz ante tanta oscuridad. En Santa Fe de Veraguas, todos somos los multiplicadores de Héctor Gallegos. Edwin C.