Por: Rekha Chandiramani
Eran las 6 de la mañana del sábado 1 de agosto de 1981 cuando Sergio Rodríguez, en ese entonces jefe de la Unidad de Búsqueda y Salvamento de la Fuerza Aérea Panameña, recibió una llamada de su jefe, el coronel Alberto Porcell: ‘el 205 está perdido con el General’. Rodríguez activa entonces el protocolo de búsqueda e inicia un periplo que duraría más de 24 horas. Nunca imaginó que esa noche dormiría a la intemperie, en medio de la selva panameña, custodiando el cuerpo sin vida de su general: Omar Torrijos Herrera.
Después de la llamada, Rodríguez arma una cuadrilla de búsqueda que se desplaza a Coclesito, en el distrito de Donoso, provincia de Colón, ya que ese era el destino del vuelo que salió el día anterior, el viernes 31 de julio de 1981, desde Río Hato. En él iban seis personas más: el piloto, capitán Azael Adames; el copiloto, subteniente Víctor Rangel; el escolta, sargento Ricardo Machazet; la doctora Teresa Ferreira y los cabos Jaime Correa y Carlos Rivera, según recogió la edición del 2 de agosto de La Estrella de Panamá .
Rodríguez tiene hoy 73 años, es piloto y funcionario de la Autoridad Aeronáutica Civil cuando hicimos esta entrevista. También es policía jubilado, o más bien ‘un policía que vuela’, como dice que le llamaba el exdictador. Omar Torrijos Herrera fue jefe del Estado Mayor y llegó al poder tras el golpe de Estado del 11 de octubre de 1968 que ejecutó junto a Boris Martínez.
Torrijos había ‘bajado la guardia’ tras la firma de los tratados en 1977, lo que se traducía en menos acompañantes en el séquito que iba con él a los ‘patrullajes domésticos’, como le llamaba a las visitas que hacía en distintos puntos del país.
A golpe de mediodía del sábado 1 de agosto de 1981, después del accidente, un coronel Castillo, quien era jefe de la sede policial de Coclé, llamó a las unidades de rescate.
-Lo que están buscando está en Marta.
Se refería al cerro Marta, que está en la provincia de Coclé, paralelo a otro cerro, el Juan Julio. En medio de ambos cerros hay un valle que es el que deben cruzar para llegar a Coclesito, viniendo desde el Pacífico.
El equipo de búsqueda redireccióno los aviones hacia cerro Marta. Uno de ellos divisa entre la vegetación la cola del avión que explotó el día anterior, el 31 de julio de 1981. Era el 205 del General. Un Twin Otter canadiense, avión de ala alta, tren fijo y de pistas cortas. No tiene caja negra —que en realidad es de color naranja— como ningún avión que sea de uso militar, contó Rodríguez.
Este se lanza entonces con otro compañero del avión. La imagen del avión quemado es lo que más le impactó. Divisaron los siete cuerpos y el avión hecho pedazos. Dos cuerpos estaban expuestos, los otros, sepultados. Saltaron con no más que la ropa que llevaban puesta y una pistola. Los implementos para levantar los cadáveres llegarían después en otro avión, que fue el mismo que trajo los cuerpos de vuelta a la ciudad de Panamá.
La tarde arreciaba. A las 5 llegó un grupo de gente caminando desde el pueblo de Marta, que está en las faldas del cerro. Habían cuatro policías y algunos civiles que habían caminado cuatro horas desde el pueblo hasta el sitio del accidente. Fueron los mismos pobladores que avisaron al coronel Castillo, el de Coclé, de la explosión que escucharon.
-Vamos, les dijeron los civiles a los dos que creían haber rescatado.
– ¿Cómo, si aquí está mi general con mi gente? Yo me quedo aquí.
Esa fue la sentencia de Rodríguez, quien defiende la ‘dictadura cariñosa’ de Torrijos, usando como vara de medir la cantidad de muertos que dejaron las dictaduras en Chile, Argentina y Perú. ‘Aunque suena feo, aquí la Comisión de la Verdad sólo identificó 111 cadáveres en 21 años de dictadura’, ripostó.
Esa noche del 1 de agosto de 1981 fue la más fría y surrealista de su vida. Durmió a la intemperie junto a cinco policías hasta que un avión llegó, casi 24 horas después, para levantar los cadáveres y llevarlos de vuelta a la capital.
-La adrenalina me mató el hambre.
En la mañana siguiente, instó a los demás a ejecitarse para superar el frío. Escucharon unos pasos.
– ¿Quién anda ahí?
– Macho de monte.
Una patrulla de los Macho de Monte (otra unidad que también hacía parte de la fuerza pública en tiempos de la dictadura), llegó al sitio tras una larga caminata. Trajeron bolsas y empezaron a trabajar. En una pequeña libreta que tenía, Rodríguez fue identificando cada cadáver. Al piloto, el copiloto y el mecánico, que estaban dentro de la cabina, tuvieron que desenterrarlos.
A las 10 de la mañana llegó el avión de rescate. Empiezaron a subir los cadáveres y volaron de vuelta hacia Tocumen. Después de las formalidades de identificación, el cadáver de Torrijos fue llevado en una camioneta en donde iba su esposa, Raquel Pauzner, y un conductor hacia la morgue de Paitilla. Antes de llegar, hicieron una parada en el Cerro Ancón. «Torrijos nunca había estado allí. Paseamos el ataúd alrededor de la bandera y seguimos». Rodríguez volvió a su casa a golpe de las 6 de la tarde del domingo.
La investigación
El accidente ocurrió a eso de las 11:48 de la mañana del 31 de julio. El reloj que llevaba Torrijos en su muñeca marcaba esa hora. Fue la misma marca que dejó el impacto en los relojes de los otros pasajeros.
El procurador de la Nación en esa época, Olmedo Miranda, instaló una junta investigadora compuesta por tres funcionarios de Aeronáutica Civil y dos personas de la fuerza aérea: el comandante Díaz Espinosa y Rodríguez; éste último era el relator. Cuenta que entregaron el informe dos o tres meses después. En el documento no se buscan culpables, se buscan causas y recomendaciones, explica. En esos informes no se ponen nombres, sino que se hace referencia a las personas por los cargos que ocupan. La causa que detectaron fue falla humana con condiciones atmosféricas adversas.
‘De Penonomé a Coclesito se iba por La Pintada. Como el tiempo estaba cubierto por nubes, el avión se va y se desvía por cerro Marta y pasa por allí, que es un bajo. Las nubes estaban bajas y el cerro estaba cubierto de nubes. Fue un CFIT, es decir, una colisión en la cual una aeronave, bajo control total del piloto, choca contra un terreno o contra un obstáculo’.
La investigación concluyó según Rodríguez. La Aeronáutica Civil panameña no hizo una investigación propia porque la comisión investigadora era suprainstitucional, con miembros que fueron juramentados como peritos por la Procuraduría. Un fiscal de Coclé, que cubre la jurisdicción de Cerro Marta, validó el informe y cerro el caso.
¿Y las teorías de conspiración?
Joseph Perkins, un economista corporativo, amigo de Torrijos y que sirvió a los intereses expansionistas de empresas de construcción estadounidense en los años 70, dedica un capítulo entero en su libro Confesiones de un francotirador económico a la muerte —que él llama asesinato— de Omar Torrijos. Culpa, sin tapujos, a la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), del hecho.
Rodríguez, en cambio, desecha esas teorías de asesinato. Las enumera primero: se habló de los japoneses, que querían el Canal; que era un producto de los conflictos en Centroamérica, que Noriega estaba involucrado, que Irán… que Irak. «Desviar un avión se puede hacer, pero el Twin Otter es sencillo, y entre más sencillo es más duro de manipular».
Dos meses antes, el 24 de mayo del 81, había muerto —en condiciones similares— el presidente ecuatoriano Jaime Roldós, algo que el autor norteamericano ligó a la «agenda imperialista y económica de Estados Unidos», que recrudeció durante el periodo presidencial de Ronald Reagan entre 1981 y 1989.
Por otro lado, Rodríguez recuerda que un año antes, en 1980, hubo un accidente en Juan Julio, cerro contiguo a cerro Marta, que cobró la vida de un capitán Valenzuela. «Los aviones nunca permanecían sin custodia, en ninguna parte de Panamá. Todo lo que entraba allí era por nosotros», evocó para desacreditar las conjeturas sobre un asesinato.
La muerte de Torrijos desencadenó una serie de eventos que recrudecieron la dictadura que había iniciado en 1968. Las traiciones, los asesinatos y el concubinato escandaloso con el narcotráfico se acentuaron.
Finalmente, por las circunstancias de su desaparición física, parece que la naturaleza no le devolvió a Torrijos el mismo «cariño» que repartió en su revolución.
*Crónica publicada por la autora el 2 de agosto de 2019 en La Estrella de Panamá*